Enseñas las entradas, pescas un periódico del festival y en unos minutos te encuentras sentado en el Jovellanos para ver una película de la sección oficial. O de un ciclo retrospectivo, es indiferente.
Al rato se apagan las luces y aparece en el escenario tras una breve presentación el director del film. Junto a él, un hombrecillo con un micrófono que va a hacer de intermediario de su lengua ignota y tu deje local.
Empieza a hablar el sajón y de pronto, dos butacas a la derecha tuya, oyes una risa a carcajadas. No sabes que pasa, ni de que se ríe. Desde el momento que le ves descojonarse y susurrar a su compañera, te has convertido en un espectador de segunda. El chiste te llegará unos segundos después, cuando el director tenga a bien parar de hablar y el traductor te traiga la gracia, tarde.
Pero, cuál es tu sorpresa, cuando escuchas la traducción y no hay ningún chascarrillo. Ha dicho que está contento de estar en la ciudad y que le hace ilusión que sea en aquí y no en otro lugar donde se proyecte por primera vez. Algo falla. ¿Una traducción interesada para engrandecer el ego del festival? En fin, lo pasas por alto. De pronto nueva carcajada socarrona a tu derecha. Giras para mirar y le ves con risa ufana y asintiendo con la cabeza. Miras fijamente al traductor y cuando le toca hablar le escuchas hablar sobre la dificultad de encontrar la felicidad de los personajes y de la labor de producción de la cinta. Vamos, que el que tienes a tu derecha lo que es es un indie gilipollas.
Efectivamente amigo, lo que está haciendo y que cada vez se ve más en eventos con barrera idiomática, es hacerse el políglota amparado por la oscuridad de la sala y reír supuestas gracias antes que el populacho para hacerse ver esos microsegundos antes de que llegue la traducción como un ser viajado, sabio y de risa fácil.
Claro que le dura lo que le dura. ¿Motivos? Ni idea. Una posible auto justificación de haber sido de los del timo de Opening, o del Doctor Mauder o simplemente que son víctima de la fiebre festivalera que azota la ciudad una vez al año.
Empieza la película, olvidas al tipo ese y te embulles en una historia de perdedores. Mientras vas asumiendo que el bueno deTodd Solondz no es ni su sombra, conoces a los personajes. El protagonista con los 40 cumplidos que vive con los padres y sufre una vida bien triste. Colecciona figurillas de esta de plomo de Warhammer. Es su hobby. Pues bien, en una escena le ves ir a un centro comercial a devolver una. Va a atención al cliente y sale en pantalla un tolai con acné. Vale, pues sin que te haya dado tiempo de asumir su presencia te llega una pedorreta ensordecedora que tras unos segundos, eclosiona en una risa Papanoélica (ojito al adjetivo) que viene de la fila de atrás.
Estos HO! HO! HO! se van a suceder en cada escena susceptible de tener vis cómica. Por leve que sea. Que le dan mal la vuelta, ahí tienes la risa. Que llama a la chica por teléfono y tiene tono de espera, pedorreta. Hay algún chiste pro-judío, fatality-combo de pedorreta volcánica y risa navideña.
Otro mal endémico del Festival; con el paso del tiempo han aparecido unos seres que vienen al cine a reirse. Que me parece genial, pero lo que me pone muy nervioso es oír risas cuando no pasa nada. Parecen las risas enlatadas que pueden hacer que el remake de Cheers de Tele5 pase de pufo consumado a hacerse con el nicho de mercado del humor inteligente.
Y es que no porque sea tu director fetiche hay que descojonarse (todavía al cerrar los ojos veo al tío hace que hace dos años solo en una fila, se reía como loco al ver una monja volar en medio del tedio de una de Harmony Korine), ni porque sea indie, hay que reirse de cosas gilipollas. A menos claro que lo que se busque nuevamente, sea el hacer ver a los demás amparado por la oscuridad del cine, lo refinado que tienes el sentido del humor.
Porque vamos. Si el nivel del humor para esta gente está tan bajo, no quiero ni pensar como pueden sobrevivir al día a día. Porque estos piden un cortadín en un chigre al azar en el Llano y en media hora los tienen que medicalizar de urgencia en el pulmón de acero del HUCA.
Gente peligrosa, estos indies.
Al rato se apagan las luces y aparece en el escenario tras una breve presentación el director del film. Junto a él, un hombrecillo con un micrófono que va a hacer de intermediario de su lengua ignota y tu deje local.
Empieza a hablar el sajón y de pronto, dos butacas a la derecha tuya, oyes una risa a carcajadas. No sabes que pasa, ni de que se ríe. Desde el momento que le ves descojonarse y susurrar a su compañera, te has convertido en un espectador de segunda. El chiste te llegará unos segundos después, cuando el director tenga a bien parar de hablar y el traductor te traiga la gracia, tarde.
Pero, cuál es tu sorpresa, cuando escuchas la traducción y no hay ningún chascarrillo. Ha dicho que está contento de estar en la ciudad y que le hace ilusión que sea en aquí y no en otro lugar donde se proyecte por primera vez. Algo falla. ¿Una traducción interesada para engrandecer el ego del festival? En fin, lo pasas por alto. De pronto nueva carcajada socarrona a tu derecha. Giras para mirar y le ves con risa ufana y asintiendo con la cabeza. Miras fijamente al traductor y cuando le toca hablar le escuchas hablar sobre la dificultad de encontrar la felicidad de los personajes y de la labor de producción de la cinta. Vamos, que el que tienes a tu derecha lo que es es un indie gilipollas.
Efectivamente amigo, lo que está haciendo y que cada vez se ve más en eventos con barrera idiomática, es hacerse el políglota amparado por la oscuridad de la sala y reír supuestas gracias antes que el populacho para hacerse ver esos microsegundos antes de que llegue la traducción como un ser viajado, sabio y de risa fácil.
Claro que le dura lo que le dura. ¿Motivos? Ni idea. Una posible auto justificación de haber sido de los del timo de Opening, o del Doctor Mauder o simplemente que son víctima de la fiebre festivalera que azota la ciudad una vez al año.
Empieza la película, olvidas al tipo ese y te embulles en una historia de perdedores. Mientras vas asumiendo que el bueno deTodd Solondz no es ni su sombra, conoces a los personajes. El protagonista con los 40 cumplidos que vive con los padres y sufre una vida bien triste. Colecciona figurillas de esta de plomo de Warhammer. Es su hobby. Pues bien, en una escena le ves ir a un centro comercial a devolver una. Va a atención al cliente y sale en pantalla un tolai con acné. Vale, pues sin que te haya dado tiempo de asumir su presencia te llega una pedorreta ensordecedora que tras unos segundos, eclosiona en una risa Papanoélica (ojito al adjetivo) que viene de la fila de atrás.
Tíos hay que buscarse algo que hacer el resto del año... |
Estos HO! HO! HO! se van a suceder en cada escena susceptible de tener vis cómica. Por leve que sea. Que le dan mal la vuelta, ahí tienes la risa. Que llama a la chica por teléfono y tiene tono de espera, pedorreta. Hay algún chiste pro-judío, fatality-combo de pedorreta volcánica y risa navideña.
Otro mal endémico del Festival; con el paso del tiempo han aparecido unos seres que vienen al cine a reirse. Que me parece genial, pero lo que me pone muy nervioso es oír risas cuando no pasa nada. Parecen las risas enlatadas que pueden hacer que el remake de Cheers de Tele5 pase de pufo consumado a hacerse con el nicho de mercado del humor inteligente.
Y es que no porque sea tu director fetiche hay que descojonarse (todavía al cerrar los ojos veo al tío hace que hace dos años solo en una fila, se reía como loco al ver una monja volar en medio del tedio de una de Harmony Korine), ni porque sea indie, hay que reirse de cosas gilipollas. A menos claro que lo que se busque nuevamente, sea el hacer ver a los demás amparado por la oscuridad del cine, lo refinado que tienes el sentido del humor.
Porque vamos. Si el nivel del humor para esta gente está tan bajo, no quiero ni pensar como pueden sobrevivir al día a día. Porque estos piden un cortadín en un chigre al azar en el Llano y en media hora los tienen que medicalizar de urgencia en el pulmón de acero del HUCA.
Gente peligrosa, estos indies.