Di conmigo que está todo más que visto. Que ya no sorprende nada o casi. Que cosas que otrora te llamaban la atención, hoy pasan sin pena ni gloria y se le dan a lo sumo un par de líneas en la prensa local.
Este tema da para mucho, pero yo quería centrarme en los animales y su proceso de amansamiento. Ya no llama la atención ver en los informativos al típico excéntrico que en vez de tener un can por mascota, luce orgulloso un felino de la sabana como compañero de juegos.
Hace poco en una visita a una tienda de animales en la ciudad de Segovia, el dueño nos comentaba que el límite en mascotas hoy en día está en la imaginación del cliente. Desde reptiles, pasando por erizos, lémures, canguros e incluso, un lince.
Como lo oyes, fía; un lince. Y el dueño, vestido de explorador en Coronel Tapioca nos comentaba que el lince era suyo y que jugaba en casa con un Husky y tan tranquilos.
Esto lleva a una reflexión. La naturaleza tiende a separar ciertas especies de ciertos trabajos. Donde se vio un felino salvaje, jugando con un perro de Alaska. Ni que decir tiene que el lemur no nació para campar por un adosado y dar la murga a las tantas de la mañana a sus propietarios.
Pero cuando creíamos haberlo visto todo, apareció ante nosotros la mayor vejación de un mamífero jamás vista. Un oso pardo fratasando una solera.
Parece mentira que una vez superada la época en la que los osos eran utilizados por los zíngaros para obtener beneficio económico, estos singulares y escasos seres sean explotados en la construcción.
Y es que la historia del oso es de traca. Tras unos años felices hibernando medio año sí y medio también, fue separado de su medio natural por una constructora. Cuando se quiso dar cuenta trabajaba en Tudela-Veguín formando parte de una cuadrilla de encofradores. Si algo tiene la obra es que es un crisol de culturas; nuestro oso, a partir de ahora Nuca, fue admitido como uno más entre trabajadores autóctonos, sudamericanos y portugueses.
Nuca no estaba dado de alta en la seguridad social y sus sueños de abrir una franquicia de miel en su tierra se truncaron el día que vino una inspección de trabajo. El estupor de sus congéneres al salir en la prensa local fue mayúsculo y Nuca tuvo que abandonar el Principado.
Hoy trabaja fratasando por Segovia donde el frío invierno no es problema para él. Con lágrimas en los ojos nos despedimos de él, no sin advertir en sus palabras un desarraigo no llenado más que por el sol y sombra o el orujo.
Si es que un día todos estos bichos que tenemos alrededor van a tomar conciencia de clase y nos vamos a cagar. Ese gatín que micciona en su cajón de arena, de la noche a la mañana te saca los ojos; ni que decir tiene los que atesoráis reptiles, herederos de los grandes saurios, que no ven el momento de recuperar su hegemonía en la tierra.
Si tienes antojo de cuidar algo, pásate al ficus o al geranio; emociones fuertes, épocas de abono, combate las plagas de pulgón, siéntete Dios en las épocas de poda y participa en la polinización observando como las abejas recalan en tu magnífica y agresiva planta decorativa.
Un respeto a los osos, leñe
Este tema da para mucho, pero yo quería centrarme en los animales y su proceso de amansamiento. Ya no llama la atención ver en los informativos al típico excéntrico que en vez de tener un can por mascota, luce orgulloso un felino de la sabana como compañero de juegos.
Hace poco en una visita a una tienda de animales en la ciudad de Segovia, el dueño nos comentaba que el límite en mascotas hoy en día está en la imaginación del cliente. Desde reptiles, pasando por erizos, lémures, canguros e incluso, un lince.
Como lo oyes, fía; un lince. Y el dueño, vestido de explorador en Coronel Tapioca nos comentaba que el lince era suyo y que jugaba en casa con un Husky y tan tranquilos.
Esto lleva a una reflexión. La naturaleza tiende a separar ciertas especies de ciertos trabajos. Donde se vio un felino salvaje, jugando con un perro de Alaska. Ni que decir tiene que el lemur no nació para campar por un adosado y dar la murga a las tantas de la mañana a sus propietarios.
Pero cuando creíamos haberlo visto todo, apareció ante nosotros la mayor vejación de un mamífero jamás vista. Un oso pardo fratasando una solera.
Parece mentira que una vez superada la época en la que los osos eran utilizados por los zíngaros para obtener beneficio económico, estos singulares y escasos seres sean explotados en la construcción.
Y es que la historia del oso es de traca. Tras unos años felices hibernando medio año sí y medio también, fue separado de su medio natural por una constructora. Cuando se quiso dar cuenta trabajaba en Tudela-Veguín formando parte de una cuadrilla de encofradores. Si algo tiene la obra es que es un crisol de culturas; nuestro oso, a partir de ahora Nuca, fue admitido como uno más entre trabajadores autóctonos, sudamericanos y portugueses.
Nuca no estaba dado de alta en la seguridad social y sus sueños de abrir una franquicia de miel en su tierra se truncaron el día que vino una inspección de trabajo. El estupor de sus congéneres al salir en la prensa local fue mayúsculo y Nuca tuvo que abandonar el Principado.
Hoy trabaja fratasando por Segovia donde el frío invierno no es problema para él. Con lágrimas en los ojos nos despedimos de él, no sin advertir en sus palabras un desarraigo no llenado más que por el sol y sombra o el orujo.
Si es que un día todos estos bichos que tenemos alrededor van a tomar conciencia de clase y nos vamos a cagar. Ese gatín que micciona en su cajón de arena, de la noche a la mañana te saca los ojos; ni que decir tiene los que atesoráis reptiles, herederos de los grandes saurios, que no ven el momento de recuperar su hegemonía en la tierra.
Si tienes antojo de cuidar algo, pásate al ficus o al geranio; emociones fuertes, épocas de abono, combate las plagas de pulgón, siéntete Dios en las épocas de poda y participa en la polinización observando como las abejas recalan en tu magnífica y agresiva planta decorativa.
Un respeto a los osos, leñe